Historias
Una imagen, una historia…
«¿
Y si nos ponemos en la piel de los
demás? Tal vez entenderíamos algunas
cosa
s
»
La ciudad perdida
Hubo un tiempo antiguo, un tiempo perdido,
un tiempo olvidado, fuera de escritos y
cantos. En aquella época, dioses, monstruos
y animales convivían en equilibrio. Los dioses
gobernaban y los monstruos cazaban. Los
monstruos tenían su papel: servir a los
dioses. En definitiva, un sencillo equilibrio. Él,
Vulcan, que no sé si es monstruo o dios, me
dice que todo se volvió aburrido, monótono.
Creo que miente.
Entre los animales fue destacando el ser
“humano”. Los dioses observaron su
crecimiento y vieron el futuro. Pensaron que
debían exterminar a los humanos, pero el
hartazgo de su vida inmortal los llevó a otra
decisión, decidieron marcharse. Dioses y
monstruos desaparecieron por voluntad
propia sin llevar a cabo el remedio a su
visión; sin embargo, la soberbia del ser
humano se atribuyó, así mismo, el hecho de
que se fueran. Se dijeron una y otra vez que
se consiguió echarlos, atribuyéndose el
mérito. “Así actúan los que buscan el poder”,
me cuenta, Vulcan. Y los nuevos dioses
llegaron al mundo, dioses de carne y hueso,
dioses rodeados de otros monstruos de su
misma naturaleza que los protegían, a veces,
de ellos mismos.
Y alguien escribió que Dios creó el mundo en
siete días, pero el mundo ya había sido
creado por Dios. Y su legado quedó
vinculado al ser humano, al hombre; pero no
fue decisión de Dios, fue el hombre el que se
atribuyó ese rol. Porque “así actúan los que
buscan el poder”, Vulcan me repite la frase.
Cuando me cuenta esas historias, miro
alrededor y entiendo que tiene razón. Veo a
estos nuevos dioses que nos manejan, que
nos gobiernan, rodeados de monstruos.
Unos mueren para que otros vivan mejor,
devorándose, devorándonos, como en esa
época en la que los monstruos cazaban. Creo
que mentían en su excusa para marcharse,
porque observo el asco que sintieron al ver
el futuro, y pienso, que tal vez, es nuestro
papel aceptar la sumisión de muchos frente
al poder de unos pocos. Aun no lo sé, pero
los dioses fueron generosos, magnánimos al
no terminar con nosotros.
Todo eso existió, porque he estado allí, no
puedo explicar cómo, pero él, Vulcan me
habla, me enseña; sus ojos me miran, los
veo, y su voz me cuenta historias que
resuenan en mí cabeza. Cuando cierro los
ojos y concilio el sueño llego hasta él, a su
retiro, y lo veo, como me veo a mí mismo en
este momento. Tiene curiosidad porque me
pregunta sobre el ahora, tal vez para
comprobar que sus visiones fueron falsas,
pero no lo fueron. Y mantengo silencio
cuando me hace preguntas sobre ricos y
pobres, sobre guerras, sobre el egoísmo que
lo arrasa todo; mi silencio responde por mí y
me mira con lastima.
No sé si es dios monstruo, creo que es lo
segundo, porque no me acostumbro y me
solivianta su presencia, por esa apariencia
temible. En una ocasión que le esperaba,
llegó volando con el aspecto de un dragón
capaz de devorar a mil hombres como yo.
Cuando se plantó ante mí las alas
desaparecieron y la coraza negra de conchas
se volvió de un suave azul aterciopelado. Me
habló en un idioma que no entendí y luego
me miró. Entonces se produjo un nuevo
cambio en su aspecto y en su tamaño, pues
su forma ahora parecía de lo más humana,
nada que pudiera calificarle de dios o
monstruo. Recuerdo que yo pensaba en el
destino, en cómo había terminado haciendo
esos viajes.
“El destino no existe”, me dijo, Vulcan antes
de volver a cambiar dejando claramente
patente que leía mi mente. “Sólo la
consecuencia de tus actos. La reacción
tendría que ser inmediata, sin dudas; las
tienes porque existe el azar que lo confunde
todo. Reglas de humanos para humanos que
lo desdibujan todo y evitan la inmediatez.
Los actos de otros, demorados en el tiempo
implican consecuencias que lo enturbian
todo. Vosotros mismos habéis creado la
entropía en el principio básico”. Y salió
volando dejando mi boca seca, a pesar de
que no había articulado una sola palabra.
Sigo pensando en lo que me dijo y creo
entender su forma de ver las cosas, el que la
hace la paga, sin dilación. Es la frustración de
la inacción que lleva al resentimiento. Luego,
sobre el destino, quizás tenía razón y no
existe un libro donde se escribe nuestra
historia, pero quiero pensar que no es así y
que todo esto que me sucede tiene un
propósito.
Mi conclusión es que me ha sometido a una
prueba. Es la forma que tiene de evaluar una
decisión y de la conclusión que vendrá habrá
consecuencias. Me temo que el tiempo de
los humanos llega a su fin. O, al menos, la
venida de una nueva era.
Historias
Una imagen, una historia…
Inicio
Escritura
Música
Galería
Historias